Como
un insecto fatal y oscuro
La Ciudad posee millares de ojos.
Pero de igual modo
La Urbe
es ciega
como vieja decrépita
que trata de contemplar
las estrellas
a la hora de la siesta.
Por
la mañana
el insecto abre los ojos e
inicia su metamorfosis:
escupe en sus alas.
Al anochecer, adherido
con sus viscosas patas al cielo,
un siniestro brillo
entre sus párpados brota.
Pero La Ciudad sí puede llorar
pese a su altivo corazón
de chatarra y roca.
Son sus lágrimas, amargas, ácidas,
saladas;
a la luz del sol refulgen
con descaro
y al final de su caída
ensucian los oídos
con su asqueroso eco.
Ciertamente
son escasas...
Apenas desprendidas,
los ojos de La Ciudad
se secan.
Entonces
alguien vendrá a cubrir
con periódicos
las lágrimas.
Y después las confundirán
con los suicidas.
Las ciudades también lloran
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